dilluns, 22 de febrer del 2016

El circulo de humo

https://m.facebook.com/story.php?story_fbid=10204412970438495&id=1657995973

divendres, 15 de gener del 2016

Creo que te gustará esta historia: " Concurso Imagining stories {Cerrado} by soniisv en Wattpad http://w.tt/1lfurAt .

dimarts, 12 de gener del 2016

Reseña literaria

http://www.revistanarrativas.com/

En la revista " narrativas " de este mes podéis leer una reseña de mi novela "el círculo de humo" hecha por el escritor José Vaccaro ...personalmente creó que ha sabido, sin duda, leer entre lineas

divendres, 8 de gener del 2016

El circulo de humo

Creo que te gustará esta historia: " El Circulo De Humo by jordimatamoros en Wattpad http://w.tt/1Zbnluu .

El secreto , primer capitulo de el gran cultivador

Creo que te gustará esta historia: " El Gran Cultivador by null en Wattpad http://w.tt/1K2XPR4 .

dijous, 7 de gener del 2016

Expansion

Mira mi perfil en Wattpad. http://w.tt/1OC5QBQ

He abierto un perfil en wattpad, es un portal gratuito de escritores y lectores, en el podéis leer muchas de mis historias cortas y capítulos de mis novelas, pero también podéis abrir un perfil para colgar vuestros propios textos...¿nos vemos allí?

dimecres, 6 de gener del 2016

El gran cultivador

        Acabo de publicar " el gran cultivador "        de mi historia " El Gran Cultivador ". http://w.tt/1Ri0Ftr     
Mira mi lista de lectura " Lista de lectura de jordimatamoros " en Wattpad. http://w.tt/1SzN1kr

Soy yo el loco?

        Acabo de publicar " soy yo el loco? "        de mi historia " Los Cuentos Del Cofre ". http://w.tt/1mBMoLa     

dimarts, 5 de gener del 2016

Creo que te gustará esta historia: " (Abierto) Concurso Imagining stories by soniisv en Wattpad http://w.tt/1PJ4Las .

La mitomana....

https://www.wattpad.com/204668098-abierto-concurso-imagining-stories-7-historia/page/4

Final de los mundos de ut

Creo que te gustará esta historia: " Los Mundos De Ut by null en Wattpad http://w.tt/1Z5AaMa .

dilluns, 4 de gener del 2016

Quizas mañana

Creo que te gustará esta historia: " Los Cuentos Del Cofre by jordimatamoros en Wattpad http://w.tt/1MPTtwx .

Metanfetamina

Creo que te gustará esta historia: " Los Cuentos Del Cofre by null en Wattpad http://w.tt/1R7Oqzp .

diumenge, 3 de gener del 2016

Aqui podeir leer parte de mi trabajo de manera gratuita

Creo que te gustará esta historia: " Los Mundos De Ut by null en Wattpad http://w.tt/1mt9W4X .

dissabte, 2 de gener del 2016

Y si el suicidio es la unica opcion valida?

Creo que te gustará esta historia: " Los Mundos De Ut by jordimatamoros en Wattpad http://w.tt/1IKcYMd .

Interactúas con mi literatura?

http://w.tt/1JQbqer

Los mundos de ut

Aqui os dejó el inició de este cuento...

LOS MUNDOS DE UT...

     Ahora, todo ha terminado. Ante el ataúd, metido en el hueco de su sepulcro, observo como la gente llora. El sepulturero, lentamente, va colocando bien alineados, un mahón junto a otro. No parece tener prisa, tampoco parece que esté demasiado afectado. Me pregunto cuántos muertos debes emparedar para que se convierta en algo tan mecánico como cambiar las ruedas de un coche.
     Hoy parece que termina la historia que empezó hace tanto. Hoy parece culminar el sueño roto de una familia, mi familia.
     Recuerdo que una vez, paseando por la gran enciclopedia virtual, encontré un micro relato que me impactó; rezaba así:

     Lentamente se sentó, observó con aire distraído el arma sobre la mesa. Tras meditarlo detenidamente, la atrapó con su mano. Miró a su alrededor por si alguien lo veía, pero estaba solo. En ocasiones la soledad no es buena consejera.
Introdujo el cañón de la pistola en su boca, cerró los ojos y pensó en la cara de sorpresa que pondría su hermano al día siguiente cuando fuese a buscar su pistola de chocolate y viera que alguien se había comido el cañón.
     Por desgracia para él, su hermano vio todo desde un rincón. La rabia lo invadió. Esperó a que su hermano se acostara y entonces se acercó con el revolver de papá. Accionó el percutor y disparó.
    Al acto, el pobre niño murió. Sus sesos estucaban la pared como si fuera un obsceno tributo a la Parca. El niño había perdido media cabeza. Su hermano se agachó y le susurró una pregunta al cadáver: “¿Parece que te sentó mal mi pistola de chocolate, no?

     Espeluznante ¿no? Difícilmente hubiera podido imaginar que mi familia se pudiese ver envuelta en algo similar. Cuando uno lee esas salvajadas, escritas por mentes perturbadas, se siente horrorizado, escandalizado, asqueado... Pero lo que jamás quisiera sentirse es identificado.
    Tengo claro que siempre deambulamos por los bordes de una delgada línea; a un lado, todo aquello socialmente aceptado, al otro, anhelos inconfesables. Nuestra vida anda siempre en ese precario equilibrio del que muchas veces depende nuestra integridad mental y, aún y así, de tanto en tanto, como ladrones furtivos, nos adentramos de lleno en esa parte oscura, casi tenebrosa, que rebasa los límites del bien.

     Podría decir que todo empezó un frío día de invierno, podría decir que una tormenta azotaba el tórrido lugar, pero sería faltar a la verdad. El sol brillaba con fuerza, con esa fuerza especial que le otorgan los primeros días de agosto.
     Estábamos ultimando los preparativos para nuestras vacaciones. Al día siguiente, a las seis de la mañana, teníamos pensado iniciar el viaje a Velez Rubio, pueblo natal de mis padres. Pero el caprichoso destino había marcado otra ruta en nuestro camino. 
     Hacía tan solo dos días que había terminado de pintar la fachada de mi casa. ¡Maldita la hora en que no recogí la escalera!
     Los gemelos, Víctor y Abel, jugaban en el jardín. De pronto escuchamos a Víctor chillar. Su grito denotaba pánico. Tanto mi mujer como yo dejamos de inmediato lo que estábamos haciendo y acudimos raudos en pos de nuestros hijos. Absolutamente nada en el mundo nos hubiera preparado para la dantesca imagen que nos aguardaba.
     Al pie de la escalera, tumbado en una postura antinatural, se encontraba Abel. Sus dos piernecitas yacían sobre su espalda, hasta a simple vista quedaba claro que estaban rotas. El hueso cúbito del brazo derecho asomaba como una amenazante asta. Pero lo peor era su cabeza... De una grotesca hendidura brotaba sangre; no demasiada, pero junto a ella se derramaba una substancia grisáceo blanquecina. Al ver brotar la masa encefálica de su cráneo no pude evitar pensar en lo peor.
     Rápidamente comprobé su pulso que aunque débil, era notoriamente palpable. Mi niño no había muerto. Sentí una brizna de esperanza al saber que solo estaba inconsciente. El lugar del accidente y las fracturas  de mi hijo evidenciaban que  había caído de lo alto de la escalera, como más tarde confirmó su hermano. Alcé la mirada y repasé  visualmente cada centímetro de los doce metros que me separaban de la parte alta de la misma, mientras una gran mancha de sangre iba extendiéndose debajo de mi niño.
     Víctor, abrazado a su desolada madre, permanecía en pie junto a Abel, parecía anclado en aquel inhumano grito. Su rostro no podía estar más pálido. El susto le había hecho mearse.
     A partir de aquel instante, todo fue muy rápido y confuso. No recuerdo el momento exacto en el que llamé a emergencias, pero Rosa, mi mujer, me aseguró después que había llamado yo.
     La ambulancia no tardó en llegar. Aquellas primeras horas las viví como si fueran un sueño, con esa irrealidad que nutre nuestras pesadillas. A veces, creo que ese día se instauró en mí una manera distinta de percibir la realidad, como si la viera a través de un filtro que la deformase.
     Tras colocar cuidadosamente a Abel en una camilla, la ambulancia se dispuso a abandonar la lujosa urbanización de Sant Fost de Capcentelles dónde residíamos. Podría decirse que habíamos hecho realidad el sueño de  tener una economía holgada.
   
     Horas después nos desmoronábamos en una fría sala de espera de Can Ruti. Se unieron a nosotros familiares y amigos. Rosa, sacando fuerzas de la desesperación, fue comunicando la noticia.
     Los minutos parecían horas y, a pesar de la lentitud, las horas no paraban de sumarse. La incerteza no paraba de crecer.
     En momentos así, la mente parece funcionar al margen de uno mismo: ¿Por qué dejé solos a los niños? ¿Por qué no recogí la escalera? ¿Por qué coño se subió el crío? … ¡Dios, por favor, cámbiame por el niño!¡Llévame a mí, es muy joven, tan solo tiene doce años! Víctor, ¿por qué dejaste que Abel subiera? ... Preguntas y más preguntas, dudas, ruegos … En momentos de angustia, de impotencia, la mente es una bomba de relojería.
     Notaba como la ansiedad me devoraba por dentro, sin embargo, Rosa parecía calmada. Su rostro relajado tan solo mostraba unas negras ojeras como signo de que algo no funcionaba bien. A Víctor lo habían sedado y estaba siendo atendido por un psicólogo.
     Una imagen recurrente venía a mí con fuerza: veía a Víctor y a Abel al nacer, mis dos preciosos bebés, mis dos preciosos gemelos; cada momento de nuestras vidas en común, y luego, como por ensalmo, veía a Abel desparramando sus sesos.
     Llegó un momento en que ya no podía ni llorar. No se me ocurría nada más desesperante que perder un hijo. Tiempo después, para mi desgracia, entendí que existían cosas mucho más  mortificantes que eso...
     Preguntamos mil veces a enfermeras, a médicos... Solo sabían decir que aún era pronto, que la gravedad era extrema pero que, por otra parte, la juventud le dotaba de una gran fuerza vital. Pero sus rostros decían: “Chato, puedes dar a tu cachorro por muerto”.
     Casi veinticuatro horas después, un doctor se dirigió a nosotros. Se presentó como el cirujano que había a tendido a Abel. Abreviando diré que nos anunció sus daños de la misma manera que un mecánico nos enumera las averías de nuestro auto:
    Cúbito y radio del brazo derecho rotos. En cuanto a las piernas, las fracturas eran múltiples. También había sufrido rotura de la cadera. Pero lo que revestía mayor gravedad  era la herida de la cabeza. Efectivamente había perdido masa encefálica. Hasta que el niño no despertara, no podrían decir con exactitud las secuelas provocadas por dicha pérdida.
   
¿Tardará mucho en despertar? -Aquella pregunta hizo que el semblante del doctor se tornara más severo. Estaba claro que se sentía incómodo con lo que tenía que anunciarnos. Pronunció un discurso extenso y tan técnico que a duras penas pude entender.
Por favor, doctor, no se pierda en tecnicismos  -Me miró silenciando su discurso.
Su hijo está en coma y no sabemos ni cuando, ni si saldrá de él. Su pronóstico es reservado.- Lo acababan de trasladar a la UCI.

     Reconozco que me sentía abrumado. Rosa se sumió en un llanto apagado. Durante los primeros días ni siquiera nos dejaron verlo. Cuando por fin nos lo permitieron, las lágrimas afloraron en mis ojos sin poder evitarlo. Hicimos piña alrededor de aquel inerte y entubado niño que tan poco se parecía al Abel vivaracho que hacía nada jugaba feliz, siempre con una sonrisa en los labios.
     Éramos el perfecto cuadro de una familia derrotada por el dolor.
     Los días pasaron con lentitud, las semanas, los meses... Parece mentira como somos capaces de adaptarnos a cualquier adversidad. Habíamos pasado del desconsuelo más feroz al control más absoluto.
     El negocio funcionaba gracias a nuestros empleados, aún y así, era necesaria una supervisión, de ello  me encargaba yo. Rosa solo salía del hospital de vez en cuando para darse una ducha y cambiarse de ropa. Y de Víctor se encargaban mis padres.
     Una mañana me despertó un grito. Al abrir los ojos sobresaltado, en un primer momento no sabía ni donde estaba. Por un segundo reviví la imagen de Abel en el suelo sobre aquella obscena y creciente mancha de sangre. No me dio tiempo ni de levantarme de la cama, Víctor cayó sobre mí abrazándome con fuerza. Estaba alterado y sudoroso, pero el sudor no era debido a la reciente carrera desde su habitación; era el pegajoso sudor que nos aporta el pánico.
Tranquilo, cariño -lo intenté calmar mientras lo abrazaba.
Papá. He tenido una pesadilla -me dijo con voz trémula.
Cálmate. Ya ha pasado.
Era un sueño tan real... ¿Sabes una cosa papá?
Dime.
El día que Abel cayó de la escalera -por fin hablaba de ello- estuve a punto de subir yo, pero tuve miedo. Abel dijo que era un cobardica y subió a toda velocidad. Tendría que haberlo impedido.
No cariño. Fue una fatalidad, simplemente eso. Por desgracia no podemos volver atrás en el tiempo, pero no te culpes. Pasó y desgraciadamente no podemos evitarlo, debemos asumirlo.
He soñado con aquel día.
¿Quieres contarme tu sueño?

     Me miró. Una lagrima resbalaba por su mejilla y ante mi sorpresa, empezó a narrar su pesadilla:
Abel y yo teníamos ante nosotros la escalera, solo que esta vez era yo el que estaba decidido a ascender. Puse un pie en ella. Abel me dijo:
      - Sube “út”.
      - ¿Cómo? -Le pregunté al no entender qué era lo que decía.
      -“út”, “tú” al revés. Como somos gemelos, cada vez que nos miramos es    
         como mirar en un espejo ¿no?
      - Sí -asentí.
      - Pues como el espejo nos refleja al revés, si pudiera hablarnos en vez de                  
       “tú” diría “út” .
     Los dos reímos como locos. No había dejado de hacerlo aún cuando, peldaño a peldaño, fui ascendiendo hasta la parte más alta y una vez allí, Abel la emprendió a patadas con la escalera.
       -¡Eh! ¿Qué haces?-le increpé- Pero no se detuvo. Golpeó aún con más
         fuerza.
     De repente, perdí el equilibrio. Noté como una mano invisible tiraba de mí hacia atrás. Por un instante, dicha mano me sostuvo en el aire. Intenté asirme a la escalera, pero no pude, irrealmente caía al suelo de espaldas, pero era más como flotar que como caer. Todo ocurría con lentitud. Entonces empecé a ver mi entorno como si fura un negativo de una fotografía. De fondo escuchaba la risa incesante de Abel, que una y otra vez decía con rabia: “Aquí caes út, aquí caes út.”
Entonces me he despertado.

     Nos miramos durante un instante. La magia quedó rota por el insolente timbre del teléfono. Los dos dimos un respingo.
¿Dígame? -Contesté perturbado aún por el extraño sueño.
Cariño, soy Rosa. Abel ha despertado. Ven lo antes posible.

     La voz de Rosa no sonaba con la alegría que debería acompañar a tan esperada noticia. Conduje hasta Can Ruti agobiado por una creciente desazón. La voz apagada de mi mujer al teléfono me hacía presagiar lo peor.
     Después de dar mil vueltas por el parking del hospital, conseguí aparcar. Ansiaba llegar lo antes posible junto a mi hijo, a la vez que deseaba retrasar el momento. Una parte de mí no quería saber lo que me deparaba. Finalmente entré al recinto. Junto a mí, Víctor sumido en sus propios pensamientos.
      En aquella aséptica sala atestada de aparatos emitiendo diversos sonidos, estaba Abel, un Abel con los ojos abiertos, un Abel distinto... No había ni rastro de sonrisa en su rostro y su mirada había perdido aquel brillo que le confería un aspecto vivaracho.
     El niño, desde su cama, paseó la mirada por nosotros, por su familia. Examinó con atención el rostro de Rosa. No pareció reconocerlo. Con gran esfuerzo, giró su cabeza hacia mí, después de escudriñarme centímetro a centímetro, tampoco hizo ademán de reconocerme. Por último, se centró en  Víctor. Éste, al sentirse el foco de su mirada, alzó la mano hasta encontrar la mía y la agarró con fuerza.
     Abel se quedó observando largo rato a su hermano. Lentamente alzó un poco su labio superior mostrando sus dientes y gruñó igual que lo haría un animal salvaje.
    Víctor agachó la cabeza y sin mediar palabra, me abrazó.
     Tras aquella inesperada exteriorización de odio, las facciones de Abel se fueron relajando hasta quedar dormido. Incluso entonces se podía percibir un rictus amargo en su rostro.

    Al día siguiente se inició un verdadero calvario para el pobre Abel. Los efectos secundarios de la pérdida de masa encefálica eran atroces: era incapaz de andar, de recordar, de hablar, incapaz de controlar sus esfínteres...

     A pesar de todo, los médicos no se cansaban de repetir que tenía suerte de seguir vivo. ¡Joder ! ¡Que hijos de puta más cínicos! “Suerte” era la última palabra que asociaría a mi pobre niño.
    El tiempo transcurrió y la esperanza dio paso a una brizna de luz en nuestras vidas. Contra todo pronóstico, Abel fue recuperándose, muy lentamente, con un esfuerzo sobrehumano, y como no, la labor constante de los miembros que lo trataron en el Instituto Guttmann de Badalona.
    Por nuestra parte, tampoco fue fácil, pero ir viendo el progreso nos fue devolviendo lentamente la alegría. Todos nuestros movimientos se vieron supeditados a girar alrededor de Abel, pero nuevamente volvíamos a ser una familia.
    Al año de empezar el tratamiento, Abel era capaz de andar con muletas, eso, por desgracia, era una herencia de la que jamás se desprendería.
   Su memoria iba llenando espacios en negro de su mente y las palabras saldrían de su boca con una carencia de arrastre para siempre. Estaba seriamente incapacitado para los estudios. Había pasado de “niño normal” a “nuevo necio” en lo que se tarda en reventar una cabeza contra el suelo.
     Para que engañarnos: no volvió jamás a ser el mismo. Su sonrisa se desvaneció, así como el brillo de sus ojos.
     Muchas veces me he preguntado si realmente tenemos alma y de ser así, dónde reside. ¿Quizá en el cerebro? ¿Y si Abel la perdió en aquel brutal impacto? ¿Y si esa falta de alma era lo que provocaba aquel apático comportamiento?
     Había una cosa que me tenía muy preocupado: su rechazo hacia Víctor. Era como si lo odiara y ese odio se hacía más y más irracional cada día que pasaba. A veces lo sorprendía mirando de una manera extremadamente dura y fría a su hermano. Víctor se daba cuenta, pero no decía nada. Procuraba estar el menor tiempo posible con él, procuraba ni mirarlo, pero cuando lo hacía, lo hacía con miedo.
      Preguntamos a su psicólogo sobre este odio. Nos dijo que probablemente era algo inconsciente y que se le pasaría con el tiempo, pero que por otro lado, debíamos estar atentos a que no se convirtiera en algún tipo de odio patológico. En definitiva, no me dijo nada que yo mismo no hubiera deducido ya.
     Con el paso de los días el odio fue en aumento. Abel empezó a sufrir brotes psicóticos en los cuales una rabia interna explotaba. Era dantesco verlo gritar, arrastrando las palabras de aquella manera. En sus reiteradas maldiciones, culpaba a su hermano de su desdicha.
     La medicación, una dosis periódica de Olanzapina, apaciguaba su ira, aún y así, ésta persistía en su mirada.

    Una noche, unos cuatro años después del condenado accidente, mi mujer y yo nos despertamos sobresaltados por un inhumano grito. En principio no supimos ubicar la procedencia del mismo, pero inmediatamente, otro chillido rompió el silencio de la noche. Esta vez reconocimos la voz de la que procedía. Nos miramos un instante. Rosa abrió desorbitadamente los ojos, saltó de la cama gritando el nombre de Víctor. Al instante la seguí. Aquello no tenía buena pinta. Antes de llegar a la habitación, otro estremecedor alarido llenó la casa.
    La puerta estaba abierta de par en par. Al mirar dentro me sentí morir. Víctor, tumbado en la cama, intentaba contener a Abel. Éste sujetaba un cuchillo de sierra y luchaba con todas sus fuerzas para clavárselo. Rosa no se lo pensó dos veces, intentó acercarse, chillaba como una posesa. Nunca olvidaré su histérica súplica.
¡¡¡NO LO HAGAS, CARIÑO!!!                                                                                                                                                                                                                                                                             
    Aquella desgarrada voz a sus espaldas captó su atención. Se giró hacia su propia madre con determinación y sin pensarlo dos veces le atravesó la mano limpiamente. Su mirada imperturbable se mantenía fría como el acero.
    Rosa retrocedió sangrando en abundancia. La sorpresa se percibía en su rostro. Debido a aquella puñalada, mi querida mujer perdió la movilidad de dos dedos de su mano derecha.
    Abel se giró rápidamente hacia su hermano y esta vez no encontró resistencia alguna. Sin dar crédito a lo que estaba sucediendo, Víctor miraba estupefacto la sangre que manaba de la mano de mamá. Cuando recibió la primera puñalada en el pecho, éste rápidamente se tornó carmesí.
    Corrí raudo hacia ellos en un vano intento de evitar lo inevitable. Antes de darme cuenta ya había propinado seis rápidas puñaladas más. Mientras saciaba sus instintos alzaba su grotesca voz repitiendo una y otra vez: “Muérete usurpador. Muérete engendro demoníaco.”

     Intenté detener a Abel. Éste rápidamente me propino una cuchillada con una fuerza brutal y luego otra y otra más; tres puñaladas que hicieron que me tambaleara. Mientras miraba de recuperarme, aquel homicida, mi puto hijo, arremetió de nuevo contra Victor, una y otra vez le clavaba con odio el cuchillo.
     Tomé una drástica decisión, no me quedó más remedio: le propiné un descomunal golpe en la cabeza con una figura de madera que cogí de una de las estanterías. El impacto fue tan contundente, que Abel se desplomó al instante. Rosa paró mi impulso y libró a Abel de un segundo -y posiblemente nefasto- golpe, pues reconozco que  mi sangre hervía por matar a aquel engendro.

     La imagen de aquella habitación era absolutamente dantesca, parecía el escenario de una pelicula gore. La sangre lo empapaba todo, su férreo olor me provocaba nauseas.
    Rosa y yo aún permanecíamos abrazados y llorando mientras irremediablemente  tomábamos conciencia de aquella circunstancia, cuando la policía irrumpió en la casa haciendo saltar la puerta por los aires con un ariete. Ellos tomaban el control de la situación; sinceramente, nosotros no hubiéramos sido capaces.
     Uno de los policías cogió de mi mano la figura de haya manchada de sangre que yo había utilizado para abatir a Abel, para abatir a mi propio hijo, al cabrón de mi hijo.
     Junto a los policías, entraron también dos médicos que inmediatamente atendieron a Victor. Otro hijo en la frontera entre la vida y la muerte.
      Mi familia estaba desecha, desmembrada de raíz por una fatalidad, por un puto accidente del cual, aunque intentaba auto-convencerme a toda costa de que no había sido culpa mía, mi conciencia difería al respecto.
     Victor estuvo casi tres meses hospitalizado. Dieciséis puñaladas le habían pasado una gran factura física. Había perdido un riñón y varios músculos estaban dañados de por vida, por no hablar de los daños psicológicos. Durante años despertaba cada noche con gritos estremecedores. Cada noche las pesadillas revivían en él aquel día en que fue apuñalado por su propio hermano.

     En cuanto a Abel, pasó los siguientes seis años en distintas instituciones psiquiátricas. Tengo que admitir que durante todo aquel tiempo me negué en redondo a verle. Soy consciente de que todo fue debido al accidente, pero aún y así... ¿Cómo dominar los sentimientos? ¿Cómo hacer compatible el profundo odio que siento por él, con el amor que a la vez le proceso? Si Dios existe y esto es una prueba -como decía el párroco del pueblo-,  no me cabe duda de que éste es un cabrón de mucho cuidado.
     Victor, con el tiempo, empezó a hacer vida “casi” normal. Personalmente, en él centré mi existencia, en él y en nuestro negocio.
    Rosa, sin embargo, siempre fue más piadosa, durante la ausencia de Abel siguió de cerca su evolución. Día a día iba a ver a su pequeño. Supongo que, al igual que me ocurría a mí, se debatía entre odiarlo o quererlo, solo que, al contrario que yo, ella se decantaba ligeramente por quererlo. Francamente, a mí me era imposible.
   
    ¿Cómo aceptar el retorno de Abel al redil? Francamente, en mi caso, a contra corazón, pero le daban el alta.
Doctor. ¿Está curado?
No, Jamás lo estará. La medicación lo mantiene estable.
Pero...¿Puede ser violento?
Con la medicación, casi seguro que no.

     A aquel psicólogo solo le faltó añadir: ...aunque francamente, me importa una mierda. El Estado acaba de quitarse el muerto de encima, y como progenitores, ahí tenéis al engendro y sus posibles brotes psicóticos con toque homicida.
     No creáis que es fácil volver a tener en el hogar a un hijo así, pero sobre todo, no penséis que es fácil dormir con él rondando por casa, aunque lentamente y confiando en la medicación que le administrábamos estricta y rigurosamente cada día a la hora  convenida, bajamos la guardia, éste fue, sin duda nuestro mayor error...

     Una noche, tan solo seis meses después de que el Estado nos lo entregara, llegué a casa a eso de la ocho de la tarde. Al entrar y cerrar la puerta, percibí el silencio como algo con entidad propia. Percibí que algo no funcionaba como era debido...
Rosa -llamé en voz alta. Pero ésta no contestó-. Victor -tampoco hubo respuesta-. Abel -y al pronunciar su nombre bajé la voz hasta convertirla en un susurro.
     Nada.
     Saqué el móvil de mi bolsillo y con pulso trémulo marqué el número de mi mujer. Me sobresaltó escuchar la melodía de ”Calle melancolía” -ese era el tono de su móvil- en mi habitación. Un escalofrío recorrió mi espalda, algo andaba terriblemente mal.
     Lentamente y sin colgar aún el teléfono me dirigí hacia el lugar del que procedía la música deseando, a pesar de saber que no ocurriría, que en cualquier  momento Rosa contestara alegremente a mi llamada.  Abrí la puerta y mis peores temores se hicieron realidad: Rosa yacía sobre la cama, inmóvil, con los ojos abiertos como platos y degollada. La sábana aún degotaba sangre al suelo. En su móvil sonaba una estrofa de aquella canción de Sabina que tanto había gustado a mi mujer: “...quiero mudarme hace tiempo, al barrio de la alegría...” Lo cual daba surrealismo a la escena. Me dirigí a la habitación de Victor, aunque sabía perfectamente que mi hijo ya no vivía. Las lágrimas caían con fluidez por mis mejillas.
     La puerta de su habitación estaba abierta y efectivamente, Victor yacía sobre la cama, degollado al igual que su madre, y como ella, con el terror impreso en una última mirada ya sin brillo...
    Escuché un sollozo proveniente del lavabo, éste daba puerta con puerta a la habitación de Abel. Hacia el sollozo encaminé mis pasos. Dentro de la bañera estaba Abel, empapado en la sangre de su monstruosa violencia, acurrucado como un niño asustado y con una enorme navaja en su mano.
No temas, papá -me dijo al percatarse de mi presencia- No pienso hacerte daño, tan solo me lo haré a mi mismo.
     Diciendo ésto, dirigió la navaja a las venas de su muñeca y se me quedó mirando.
¿A qué esperas, maldito bastardo? -Acerté a decirle.
Simplemente quiero contarte una cosa, papá. Tan solo déjame hablar y no temas, luego segaré mi vida. Para serte sincero, la odio. Odio este ahora, odio esta circunstancia... - Dicho ésto empezó a narrar:
Papá, al despertar del coma, nada era como debía ser. No entendía qué pasaba. Cuando me contaron que todo había sido debido a un accidente desde una escalera, no podía creerlo. ¡Aquello no podía ser! En Út no había sucedido así.
¿Dónde has dicho, Abel? -le pregunté recordando el sueño que años atrás me había contado Victor, y no pude evitar estremecerme.

En Út, papi. !En nuestra ciudad, joder! ¿Badalona? ¿Sant Fost?... ¿Qué coño son? Nosotros vivimos en Út, y en Út, quién sufrió el accidente fue Victor y no yo. Odio a ese hijo de puta. Estoy seguro de que todo es culpa suya. De alguna manera ha invertido la realidad... ¡Pues que se joda! -gritó entre lágrimas- Ahora no es más que un cadáver.

     Aprovechando la rabia que sentía en aquel momento, en un acto preciso, segó sus venas. La sangre brotó con alegre fluidez. Me quedé allí con él sin ayudarlo, esperando su muerte, disfrutándola en realidad. No me moví de su lado hasta que el brillo de sus ojos se apagó. Cuando ésto sucedió las lágrimas anegaban mis ojos.
      ¡Qué locura! Út. El sueño de un enfermo había desencadenado todo aquello. Tanta muerte por el mundo ficticio de un psicótico.
     Nunca había creído en conexiones “especiales” entre gemelos, pero las pruebas hablaban por si mismas. Mientras Abel se debatía entre la vida y la muerte en aquel largo coma y vivía su ficción de Út, Victor soñaba poco más o menos lo mismo.
Recuerdo que me dirigí hacia el altillo de la casa. Allí, en una caja fuerte...