RECUERDOS
- Abuelo, realmente ¿tú estabas allí.?,¿tú estabas en el Ebro?
- Si, yo estuve allí.
- Pues ¡explícamelo!, ¡explícame qué pasó!, ¡explícame como fué!.
- No son cosas para explicar, son cosas que se viven , mejor dicho, que indeseables te hacen vivir por cojones, pero que no apetece explicar.
- Ya abuelo, pero yo quiero saber porqué pasados tantos años, aún te despiertas chillando y llorando como un niño cada noche.
El abuelo, mirando a su nieto con aire ausente, empezó a narrar la historia:
- No recuerdo ni el día, no recuerdo ni la hora, no recuerdo si era de día, ni tampoco si era de noche, si llovía o hacía sol, pero tampoco tiene importancia. Solo recuerdo con intensidad un momento determinado de aquel día.
Íbamos andando y hablando toda mi compañía cuando oímos el ruido lejano de los motores de aquellos aviones, primero suave y poco a poco con mayor intensidad. Cuando nos dimos cuenta ya estaban encima nuestro descargando centenares de kilos de bombas sobre nosotros.
De repente todo se convirtió en un infierno: explosiones a nuestro alrededor. Los cuerpos de mis compañeros saltaban en pedazos, el humo de las explosiones por un momento cegó mi visión, pero te puedo asegurar que a pesar del ensordecedor sonido de las explosiones, lo que me rompía el alma eran los gritos de mis compañeros que poco a poco dejé de oír, al igual que el sonido de las bombas: a partir de ese momento jamás he vuelto a oír bien.
Cuando cesaron las explosiones, poco a poco, el polvo se posó en el suelo, y aquella visión, a pesar de observarla solo con un ojo, pues tambíén fué allí donde perdí el otro, era dantesca. Hasta donde alcanzaba la visión había heridos y cadáveres mutilados. El río bajaba rojo, como si fuera una arteria descarnada, y yo estaba allí, cogido a un árbol, sin ojo, sin oído, herido en una pierna y meado y cagado encima, y como ahora, nieto mío, llorando.
El nieto observó como el abuelo lloraba y temblaba de emoción y se abrazó a él intentando consolarlo mientras no podía parar de llorar.
Este micro-cuento está dedicado a Francisco Sánchez Merlos (mi abuelo) que nunca estuvo en el Ebro, pero si vivió la Guerra Civil Española y , como el personaje que arriba mencione, cada noche, las pesadillas le hacían despertar llorando con los recuerdos de la guerra.